martes, 23 de septiembre de 2014

EL RETRATO COMO ESPEJO


"I'll be your mirror""Yo seré tu espejo" no significa
"Yo seré tu reflejo" sino "Yo seré tu ilusión".
-Jean Baudrillard.

El retrato es, ante todo, una representación de lo humano. Un espejo pictórico o fotográfico que ha sido históricamente primordial en la formación de la identidad del sujeto como actor social y como individuo.  El espejo comparte, junto con la pintura y la fotografía, un énfasis en el valor de la imagen, semejanza y simulación, todo ello entrelazado en la noción de observarse a sí mismo. 

CARAVAGGIO. Narciso, 1598-99
Posiblemente fue Narciso el primero en tener problemas al encontrarse con su propia imagen. Perseo logró decapitar a Medusa valiéndose de su escudo. La mitología y los cuentos de hadas nos advierten de la naturaleza peligrosa de los reflejos: son capaces de atraer la muerte, conducir a la locura, mal aconsejar madrastras y  abrir nuevos portales.

"Conócete a ti mismo" aconsejaba crates quien consideraba que la principal función del retrato era la representación del alma. En la Antigua Grecia, el "doble" de Narciso, es decir, su propio reflejo, capturaba su espíritu y por lo tanto, imitaba a la muerte. Tal vez de ahí provenga la antigua costumbre de cubrir los espejos en los sepelios para que el alma del difunto no vea su propio reflejo y entonces, escape al País de las Maravillas como Alicia la del cuento.

El espejo resulta peligroso por su capacidad de engaño. En la duplicidad del “otro”, reflejo de sí mismo, las semejanzas y diferencias se confunden: la mano derecha es la izquierda y la izquierda, la derecha. No obstante, en la Edad Media también podía ser instrumento de la verdad: la "especulación" (del latín speculum) era sinónimo de conocimiento, pasar de la visión a la contemplación. Fue hasta el siglo XVIII que Descartes fragmentó la magia del espejo, distinguiendo dos conceptos: la pictura o reflejo material como fenómeno de la luz y la óptica; y el imago o reflejo como imagen sin materia. Siete años de mala suerte siguieron después a esta afirmación…

Mujer en el espejo, Siglo XVII

 Hoy en día estamos tan acostumbrados a mirar nuestra propia imagen reflejada que sólo podemos imaginar el impacto que causó esta posibilidad en el pasado ¿cómo sería vivir con una cara o un cuerpo que sólo podía conocerse a través de la mirada de otros o en pequeños fragmentos? ¿Qué tipo de emociones causaría mirar el propio rostro representado en un daguerrotipo, el primer tipo de retrato fotográfico?  ¿Cómo se reconocerían las facciones del ser amado en los trazos del pintor, en la descripción del poeta?

Sin distinción de épocas, el retrato ha sido considerado a lo largo de la historia como la representación de la persona ausente, un intercambio simbólico donde el ser del sujeto pasa al ser de la imagen. En el arte, la práctica del retrato gozó de una condición ambigua al ser considerado por muchos siglos como un género menor frente a otros géneros pictóricos mayores, definidos así por su temática histórica, mitológica o religiosa.  Sin embargo, su sola existencia desde tiempos remotos tiene su origen en la conciencia de un sujeto frente a su propia mortalidad: nos hacemos retratos porque morimos y no queremos ser olvidados. De ahí que en numerosas ocasiones se relacione al memento mori y la representación post mortem

Todavía hasta el siglo XX, las artes plásticas definieron el retrato a partir de tres características indispensables: la semejanza, la técnica y ciertas regularidades de composición y de ordenación espacial. Esta naturaleza de símil o doble como estrategia de perpetuación de la existencia a través del retrato ha sido materia de indagación más allá del arte. Desde la deseada similitud o mimesis en el retrato pre-moderno hasta el desplazamiento de la semejanza o el parecido en el contemporáneo, la idea del espejo pictórico ha permanecido casi inalterada sin importar las estrategias de representación.

FRANCESCA WOODMAN. Autorretrato. Ca.1978

A partir de 1900, el retrato pierde poco a poco su función documental de representar al individuo, excediendo así los anteriores límites en la representación del género. Hay un desplazamiento de los valores de similitud y veracidad del retrato moderno como semejanza o parecido hacia la primacía e incluso sobre valoración de la autoría, por lo tanto en la actualidad vemos surgir nuevas señas de identidad en la pintura y en la fotografía.


En nuestra posmodernidad el sujeto es capaz de definirse a sí mismo a partir del deseo, una idealización que más allá de los límites y convenciones sociales, problemáticas históricas y de representación artística. Sin embargo, en la abundancia rostros aún en las redes sociales o en las galerías de los museos prevalece el ancestral miedo a morir, al olvido.