martes, 8 de julio de 2014

TRES MOMENTOS HISTÓRICOS DEL DISCURSO DEL ARTE LATINOAMERICANO FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN

JOAQUÍN TORRES GARCÍA. América invertida, 1943

Ley del hombre. Ley del antropófago

El poeta brasileño Oswald de Andrade ironizó acerca del colonialismo europeo en el Manifiesto Antropófago, texto programático de esta vanguardia artística publicado el 1 de mayo de 1928:

Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago.

Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi de Brasil.

Contra las sublimaciones antagónicas. Traídas en las carabelas.

Teníamos la justicia, la codificación de la venganza. La ciencia codificación de la Magia. Antropofagia. La transformación permanente del Tabú en tótem.[1]

Con estas frases, cuestionó la visión eurocéntrica y occidental del mundo. El antropófago consume, digiere y asimila las importaciones a su mejor parecer, destruyendo lo que considera inútil: en este proceso se crea y recrea a sí mismo: una metáfora de la construcción de la identidad brasileña.

La Antropofagia fue una vanguardia artística que, desde la confrontación, posicionó al mestizaje y lo subalterno como fuente de validez creativa. De ahí su fortaleza pero también su debilidad: el mestizaje “aplanó” las diferencias y la supuesta subalternidad sofisticó las estrategias del dominio volviéndolas en su contra. Una ironía considerando sus intenciones originales, pero a la vez un vaticinio del mundo globalizado que, a su vez, consume, asimila y destruye.  

Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental

La supuesta “internacionalización” de los lenguajes plásticos del arte latinoamericano frente a la globalización no es más que un espejismo ya que tan sólo ocurre en las esferas de circulación y recepción, no de producción. En este aparente multiculturalismo se perpetúan e incluso consolidan las mismas estructuras del poder, siguiendo el mismo trazado de la economía desde el centro hacia las periferias.

En las últimas tres décadas el mundo se ha vuelto global, hegemónico pero a la vez fragmentado. Los artistas latinoamericanos se enfrentan constantemente a la necesidad de equilibrar la identidad propia con las nuevas tendencias globales. De ahí que el lenguaje haya tendido hacia un “internacionalismo” caracterizado por expresiones minimalistas y arte conceptual. Una especie de “esperanto” que pertenece a todos, pero a nadie en particular. De esta manera, América Latina ha participado de la esfera artística global intentando a cada paso no renunciar a la narración, la metáfora y el simbolismo en un esfuerzo por expresar identidades propias, individuales o colectivas.

A manera de resumen, el discurso del arte latinoamericano ha pasado por tres momentos históricos frente a la globalización: 

1.    Poscolonialismo, que comprendió la identidad como diferencia
2.    Multiculturalismo, la identidad entendida como alteridad múltiple
3.    Interculturalismo, la identidad hacia el intercambio y la apropiación[2]

La Antropofagia brasileña tuvo lugar en el primer momento al hacer uso del idioma ajeno pero con un discurso propio. No se enmarcó en el escenario de la globalización, pero tempranamente mostró que los elementos culturales hegemónicos no sólo se imponen, sino que también se asumen como parte de la identidad, revirtiendo así el esquema de poder. Como movimiento, se insertó en el periodo de modernización económica, batallas políticas y polifonía de voces en Latinoamérica, un periodo que comprende desde la revolución mexicana de 1910 hasta la revolución cubana de 1959.[3]

Desde las vanguardias de este periodo poscolonial hasta los años sesenta, el incremento de las comunicaciones y el aumento en la diáspora elevó las expectativas del arte latinoamericano hacia una “internacionalización” del arte y una renovación artística de formas y contenidos. Nuevos museos de arte moderno y bienales como la de Sao Paulo hicieron su aparición, sin embargo, los artistas latinoamericanos fueron incapaces de desprenderse del todo de la posición subordinada o colonial, ya que miraban justamente desde esa frontera, asumiendo una postura confrontadora y reivindicadora de su identidad nacional. Esto, aunado a las políticas proteccionistas, nacionalistas e incluso dictatoriales de los regímenes de la región, aisló a estas escenas artísticas hasta casi el inicio de la revolución sandinista en 1979.

De la utopía de los sesenta y el autoritarismo de los setenta se pasó al desencanto de un futuro que jamás llegaría en la década siguiente. Tras la diáspora masiva de artistas de sus regiones de origen hacia las metrópolis del arte –entiéndase Nueva York principalmente-, y con el regreso de los regímenes cuasi democráticos a Latinoamérica, la esfera artística tendió hacia un multiculturalismo en los ochenta, caracterizado por una escasa diversidad en la forma –lenguajes hegemónicos minimalistas y conceptuales- pero con intentos de diferenciación en el fondo. Un regreso de artistas a sus países de origen también motivó el retorno a la mirada propia, a la subalternidad.  

Se trató entonces de alcanzar una “internacionalización” de los lenguajes plásticos, pero con ideas y contenidos que propusieron narrativas desde la alteridad. Un ejemplo destacado fue el fugaz Neo Mexicanismo como lo propusiera Nahum B. Zenil y también Julio Galán –quien actuaba desde Nueva York-. En este momento, no sólo en México sino en Sudamérica y el Caribe se cuestionó enérgicamente el anacronismo de una identidad que por muchas décadas reposó en la del estado-nación y sus símbolos. Liberados de los corsés ideológicos, el arte debatió incluso su condición de “latinoamericano” optando en muchos casos por la denominación de arte “desde Latinoamérica”.  

Idealmente, la escena de arte contemporáneo “desde Latinoamérica” se decantaría por un interculturalismo que, en los últimos veinte años, ha intentado coexistir con el multiculturalismo. La diferencia consiste en que la visión subalterna, poscolonial y subordinada sería descartada, dando lugar a una postura de intercambio y apropiación de lenguajes y discursos entre iguales, mediante redes de comunicación y no desde la periferia al centro. Una nueva utopía considerando que la economía del arte es el motor que propulsa  personas, obras, ideas y proyectos de un lado a otro del planeta.

Sólo me interesa lo que no es mío

La supuesta “internacionalización” del arte latinoamericano en cada uno de estos tres momentos ocurre a dos niveles. Uno tiene lugar en la esfera de la producción artística, y el otro en las de circulación y recepción. Por un lado, está el proceso interno de la superación de la neurosis de la identidad de los artistas y curadores; y por otro, el arte latinoamericano comienza a apreciarse en los círculos internacionales en cuanto arte sin etiquetas de origen.[4] 

Lo que conocemos como globalización no es únicamente una interconexión del planeta a través de las tecnologías de la comunicación que dinamizan la divulgación de contenidos de un lado a otro. En el caso de los intercambios artísticos relacionados tanto al momento histórico multicultural como al  intercultural, permanecen los esquemas de irradiación desde el centro, desde la metrópoli hacia la periferia. Las conexiones en cualquier otro sentido son insuficientes y precarias.  Si bien hay mayor dinamismo y pluralidad, la escasez de interacciones a un nivel “horizontal” proviene de una herencia poscolonial.

La globalización ha disfrazado hábilmente al lobo con la piel del cordero: la  hegemonía del poder en la producción, circulación y recepción del arte ha sido malentendida como una supuesta “internacionalización” que en la mayor parte de los casos, impone sus propias reglas sobre el arte latinoamericano o desde Latinoamérica. 

Sin embargo, esto no es un proceso pasivo. Si bien los centros de poder siempre asignan significados de acuerdo a sus propios intereses, la periferia asigna a su vez, sus propios significados.  Esta creación de sentido del dominado hacia el dominante, del subalterno al hegemónico, es una estrategia trasgresora desde posiciones de dependencia.[5] La “antropofagia” como estrategia, consciente y selectiva, continúa al día de hoy subrayando las tensiones entre lo hegemónico y lo fragmentario de la esfera del arte dentro de la globalización. El caníbal es una metáfora que hoy, más que nunca, tiene gran validez simbólica. Pero finalmente, como el curador cubano Gerardo Mosquera se preguntó alguna vez: ¿quién se come a quién?



[1] OSWALD DE ANDRADE. Manifiesto Antropófago. Revista Antropofagia. No.1. Mayo, 1928; en JORGE SCHWARTZ. Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos. FCE. México: 1999.
[2] ANA MARÍA GUASCH. Arte y globalización. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá: 2004, p. 12
[3] NÉSTOR GARCÍA CANCLINI. “Aesthetic Moments of Latin Americanism,” Radical History Review (New York University, published by Duke University Press), 89 (Spring 2004), p. 2
[4] GERARDO MOSQUERA. Contra el arte latinoamericano. Conferencia en el Centro Cultural de España en Córdova. España: 2009 
[5] GERARDO MOSQUERA. “Good-bye identidad, welcome diferencia: Del arte latinoamericano al arte desde América Latina” en Arte en América Latina: Tránsitos globales. Centro Ecuatoriano de Arte Contemporáneo (CEAC). Ecuador: 2000. P.7