lunes, 18 de noviembre de 2013

INICIOS DE LA LITOGRAFÍA EN MÉXICO (1826)


CLAUDIO LINATI.  Sin título (La Tiranía), 1826
Pocos pensarían en México como una nación moderna, incluso en la actualidad. Más aún cuando se piensa en el México de principios del siglo XIX, cuando recién emergía  de la revolución de Independencia como un Estado vulnerable, bajo un dificultoso proceso de formación. La lucha de 1810 había desestructurado gran parte del andamiaje colonial –que no en su totalidad-, y las nuevas y añejas clases políticas transitaban con tropiezos hacia la utopía de la república y, posteriormente, del imperio. Aquél país diezmado por la guerra, políticamente agotado y en plena crisis económica, era un auténtico desconocido más allá de sus fronteras. Aún antes de la visita de Alexander Von Humboldt, ya se divulgaban leyendas en ultramar sobre la inacabable riqueza mineral y las exultantes maravillas naturales de estos territorios. Esto despertó el interés de muchos extranjeros que, al abolirse la dependencia de la Corona Española, vieron abrirse las puertas de México. Para 1821, éste era un país en el umbral de la modernidad donde el arte, la ciencia y la tecnología se estaban transformando a partir de nuevos lenguajes que tuvieron su origen en el último cuarto del siglo XVIII.    

Para entonces, el invento de Alois Senefeler, la litografía (1798), había causado una revolución de importantes consecuencias en la reproducción y divulgación masiva de imágenes en Europa y los Estados Unidos. La facilidad de efectuar el dibujo directamente en la matriz de piedra calcárea con un lápiz graso y la posibilidad de efectuar amplios tirajes monocromos y a color, superaba con creces las virtudes de los anteriores métodos de grabado e impresión como lo eran la xilografía, el buril, el aguafuerte y el aguatinta, espacialmente cuando de elaboración de impresos como revistas y periódicos se trataba. Extrapolando de manera algo aventurada, pero en vistas a darse una vaga idea de la relevancia e impacto del invento, posiblemente la impresión litográfica haya sido para la reproducción de imágenes lo que la imprenta de tipos móviles fue para la palabra escrita.  Esto podría ser cierto si consideramos la amplísima popularización de las publicaciones  ilustradas destinadas al consumo masivo durante el primer tercio del siglo XIX y décadas posteriores.

Pero, ¿cuáles son los inicios de la litografía en nuestro país?

Claudio Linati y Gaspar Franchini arribaron al puerto de Veracruz el 24 de septiembre de 1825 para establecer el primer taller de litografía en la capital de México, iniciando labores a partir de enero del año siguiente. Junto a Florencio Galli y el poeta cubano José María Heredia, fundaron y publicaron El Iris, primera revista de circulación nacional ilustrada, que apareció entre febrero y septiembre de 1826 con un total de cuarenta números. Históricamente, podríamos partir de la publicación de El Iris como el inicio de una nueva etapa en la divulgación de imágenes y contenidos mediante la prensa en nuestro país.

El impacto de la introducción de la litografía a México a escasas tres décadas de su invención, se dejaría sentir a lo largo del todo el siglo XIX: directamente en la realización de otras revistas, periódicos y álbumes como el de la Colección de antigüedades mexicanas que existen en el Museo Nacional de 1827, e indirectamente en las maneras en que la sociedad mexicana consumió los panfletos, folletos, libros por entregas, semanarios, periódicos, pasquines y un largo etcétera; una materia que me parece tiene mucho por explorar y que se relaciona con la formación de una sociedad mexicana moderna.


La presente entrada al blog es la segunda parte de una serie de cuatro que inicié la semana anterior, todas relacionadas al curso que estoy impartiendo durante el mes noviembre en el Museo Arocena sobre las grandes transformaciones en la tecnología del arte de 1789 a 1890.

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