lunes, 27 de mayo de 2013

EN CADA NIÑO, UN PICASSO


Sobre la memoria, Cicerón nos dice que la hay de dos clases: la natural, que nace con el pensamiento -y yo añadiría que nace con el recuerdo, con la experiencia-; y la artificial, que se consideraba debía ser fortalecida y consolidada con la práctica.

Para fortalecer la memoria, a lo largo de la época clásica y hasta el Renacimiento, el sistema más común fue utilizar una alegoría arquitectónica. La cuestión era recrear en la mente edificios, espaciosos y detallados, sin omitir ornamento o espacio alguno. Dentro, se ubicaban las imágenes que representaban los conceptos que había que recordar. Cuando se necesitara reavivar la memoria, sólo tenían que visitarse los lugares de este edificio para recuperar las imágenes en el orden en que habían sido guardadas. Tal sería el caso del Teatro de la Memoria de Giulio Camillo o el Palacio de la Memoria, en invención de Giordano Bruno. Tal sería el caso de los museos, como continente arquitectónico privilegiado de la memoria colectiva.

La primera memoria a la que hago alusión está necesariamente ligada a la emoción, a los sentimientos, a los recuerdos. No es archivo, ni documento, tampoco museo. Es experiencia, es sentimiento, es la vida misma. Por un momento, los invito a hacer el ejercicio de recordar aquél primer museo que visitarons de niños ¿se acuerdan? A mi mente viene la imagen del recién inaugurado Museo Rufino Tamayo en la Ciudad de México.

Era noviembre de 1982 cuando mi padre me llevó a ver la exposición "Los Picassos de Picasso en México". Todavía recuerdo la frescura del Bosque de Chapultepec, la modernidad del edificio -tan distinto a la casa en que vivíamos en la colonia Condesa-, y la larga espera y los tumultos para ingresar. Por mi estatura infantil y los empujones ¡no pude ver casi ninguna pintura! Aún así, la experiencia fue tan vívida e impactante que posteriormente, de regreso a casa, empecé a dibujar y a dibujar. Estaba haciendo mis propios "Picassos". Después llevé a mis hermanos a la sala -de la casa, que no la del Museo Rufino Tamayo- para que apreciaran mis obras colgadas en un tendedero improvisado. Fue mi primera exposición visitada y mi primera exposición organizada ¡quién imaginaría que treinta años después estaría aquí contándoles esta historia!   

Y es que la memoria es algo muy poderoso: inicia como vivencia, continúa como recuerdo y posteriormente perdura como archivo, como acervo, como colección. Cuando veo a los grupos escolares descender de los autobuses, emocionados por llegar a un museo, me gusta pensar que después de esa experiencia podrían aspirar a ser artistas, historiadores, tal vez pintores....y no un  capo de crimen organizado como tristemente ocurre hoy en día ¿Imaginan el potencial de los museos como parte de la estrategia gubernamental sobre seguridad nacional y prevención del delito?


En efecto, uno de los retos más importantes para los museos es conciliar la memoria con el presente y actualizar su importancia en una sociedad consumida por la inmediatez de la información y el culto a los falsos ídolos. Está en nosotros encontrar ese Picasso que duerme  en cada uno de nuestros niños.  

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