jueves, 29 de julio de 2010

10 CRONOPIOS DE BUENOS AIRES (1 DE 2 PARTES)

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: “La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad”. Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios. (Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, 1962).

Hace aproximadamente un mes que regresé de mi segunda visita a Buenos Aires, y desde entonces quería aprovechar este espacio del blog para contarles sobre algunos sitios y experiencias que, como en el texto de Cortázar, fueron grandes fiestas a las que no lo invitaban a uno, o bien, entretenidas reuniones a las que uno acababa asistiendo sin esperárselo. En ambos casos, las compañías fueron igualmente disfrutables y pues estar en esta hermosa ciudad, hermosísima ciudad, siempre ayuda.

Por eso y sin ningún orden en particular, ésta es la primera parte de los diez cronopios de Buenos Aires. Son sólo diez, como podrían ser veinte o cinco, porque finalmente toda lista es finita y arbitraria. Prometo que para la próxima entrada les escribiré sobre los cinco restantes, empezamos aquí:

1. El ilustre Café Tortoni

Fundado en 1858, el Café Tortoni sobrevive al tiempo y a los turistas que lo visitan. Ubicado en la Avenida de Mayo, en su mejor época fue sitio de reunión de los grandes talentos de Argentina y del mundo. Actualmente forma parte del circuito de “Cafés ilustres de Buenos Aires” destinado a conservar este distintivo rasgo cultural de la sociedad bonaerense. Tristemente, la fama y la publicidad acarrean algunos problemas. Para entrar al dichoso café tuvimos que hacer fila detrás de un grupo de turistas orientales que no se daban por entendidos que había que hacer fila. Mal vaticinio para empezar. Sin embargo, ya una vez en el interior, el sitio no decepciona: la decoración quita el aliento, el menú es toda una antigüedad, los precios de otra época y los meseros son mal encarados ¿qué más se puede pedir de un lugar que se precia de ser, ante todo, tradicional? Hasta se perdonan los siniestros maniquís de Gardel y Borges sentados en una mesa esquinera del local.

2. Tango en La Viruta

En el 2009, el tango fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Intangible de la Humanidad. En Buenos Aires, hay guías completas para que el turista viva la experiencia del tango a distintos niveles, algunos muy auténticos, otros francamente chabacanos. Por eso, nada puede igualar la autenticidad y tradición del salón de baile La Viruta, un lugar de prosapia, abolengo y solera. Ahí, los amantes del tango pueden dar rienda suelta a los mandatos del tacón dorado todas las madrugadas que tenga la semana. En este sótano sin nombre se llega solamente como iniciado en las más elevadas artes tangueras. Asisten numeroso y apasionados noctámbulos, muchos jóvenes y varios adultos. Aquí se hace evidente que el tango, es una tradición viva y actual. Advierto que para poder entrar a La Viruta sin pagar cover es indispensable conseguirse a una amiga milonguera que primero pierda el rumbo y que después se sepa la letra completa de “El día que me quieras” de corrido.

3. El bicentenario argentino

No podía faltar el espectáculo del bicentenario. En la Plaza de Mayo, frente al edificio del cabildo, la celebración corrió a cargo de Fuerzabruta, compañía argentina que en sus actuaciones en México ha recibido críticas polarizadas. Yo no tuve la oportunidad de ver su actuación, a pesar que repitieron funciones durante mayo y junio, esto a petición popular. Por otro lado más destacable, se inauguró la Casa Nacional del Bicentenario: un edificio restaurado ex profeso para ofrecer información, eventos y exposiciones. Por ejemplo, la curaduría de la muestra temporal “Mujeres: 1810-2010” resulta impecable: mezcla arte contemporáneo y recursos multimedia, cuestiona, pregunta y propone. Ojalá que el proyecto trascienda al festejo y pueda consolidarse como un espacio cultural de vanguardia (http://www.casadelbicentenario.gob.ar/). En cuanto a las publicaciones alusivas al bicentenario, un detalle curioso: un libro se titula “Historia de los argentinos” que no “Historia de la Argentina”. Y de este lado, ¿no habrá habido algún investigador que haya querido hacer la historia de los mexicanos y las mexicanas?

4. La revista Barcelona

Su slogan nos lo dice (casi) todo: “Una solución europea a los problemas de los argentinos”. Escandalosa en imagen y en contenido, la revista Barcelona no tiene respeto por nada ni por nadie. Ni siquiera se toma a sí misma en serio. He ahí su mayor encanto: la falta absoluta de solemnidad y de pretensión. A esta singular revista se la podía ver en cada puesto de periódico con su portada que exclamaba “Todos putos” a unos cuantos días de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en Argentina. Eso sí, la incorrección política nunca tuvo tan buen diseño gráfico. Ahora leo la Barcelona por internet, pero no me es suficiente, me hace falta sentir tu sencillito papel periódico entre mis manos. (http://www.revistabarcelona.com.ar/)

5. La Plaza San Martín y el mundial de futbol

La alcaldía de Buenos Aires se puso a la altura de nuestro carnal Marcelo y durante el Mundial de Sudáfrica colocó en la Plaza de San Martín una pantalla gigante para que todos pudiéramos ver los partidos. En su momento, ahí nos dimos cita varios cientos de mexicanos para atestiguar en único triunfo tricolor: el 2 a 0 frente a la escuadra francesa. Durante el partido, el entusiasmo mexicano era desbordado, había mucha camiseta verde y hasta un personaje disfrazado de Ángel de la Independencia (vá-mo-nos-al-án-gel/vá-mo-nos-al-án-gel). Ah, por cierto, me dicen que salí en la televisión local, pero que me veía muy seria. Seguramente fue en el primer tiempo, antes de festejar como enajenada el gol del Chicharito y luego, de hacer roqueseñal con el penalti anotado por ese otro cronopio llamado Cuauhtémoc Blanco. Por obvias razones me abstuve de asistir a la Plaza San Martín para el México – Argentina. Yo ya estaba volando de regreso a México. Piensen lo que quieran.

En la próxima entrada del blog, contaré algunas historias sobre museos y mercados, y de la mejor manera de plantearse estrategias para distinguir uno del otro. Después iremos de compras y con suerte, nos comeremos alguna pizza por ahí y veremos algo de televisión argentina. Al fin y al cabo, los cronopios sobran en la ciudad de Buenos Aires (querido).

viernes, 16 de julio de 2010

UN RETRATO BICENTENARIO

Hacia 1810, el ya debilitado imperio español de ultramar estaba a punto de colapsarse.  En los virreinatos americanos como la Nueva España, las autoridades locales y la población en general habían resentido los efectos de las nuevas reformas administrativas provenientes de la metrópoli, tales como el establecimiento de las encomiendas, la consolidación de los vales reales, el cobro de las alcabalas y las políticas regalistas que afectaron las propiedades eclesiásticas.  El ascenso al trono de los reyes de la dinastía Borbón y su despotismo ilustrado habían sembrado el descontento y la resistencia en estas tierras. Para colmo, la crisis de 1808 acentuó la distancia entre la metrópoli y los americanos, generando un vacío de poder que polarizó a las élites en este continente.
La sociedad novohispana, profundamente estamentaria, se organizaba en poderosas corporaciones civiles y asociaciones religiosas tales como los gremios, las universidades y las cofradías. De ahí que el género pictórico más practicado después de la pintura de contenido religioso fue el retrato. Los novohispanos daban  mucha importancia al linaje y al estatus, pero sobre todo reconocían al individuo como un reflejo del grupo al que éste pertenecía. Por lo tanto, es una constante que los retratados aparezcan rodeados de elementos de afirmación social tales como los detalles biográficos  plasmados en las cartelas y la elaborada heráldica.
Las reformas borbónicas influyeron también en el campo de las artes. El retrato -considerado como un “género menor”- no fue la excepción. Concretamente para el año de 1781 ya se había establecido en la ciudad de México la Academia de San Carlos, homóloga de la de San Fernando en Madrid. La Academia, a  través de sus cátedras de dibujo, grabado y arquitectura estaba encargada de divulgar el estilo artístico con el cual el nuevo régimen Borbón se identificaba: el neoclásico.
A principios del siglo XIX notamos algunas diferencias entre los retratos de orientación neoclásica y aquéllos de raigambre barroca. Sin embargo,  ambos estilos convivieron casi hasta el final de la guerra de Independencia. Si bien en ambos se representa a  una sociedad altamente jerarquizada, en el retrato académico esta noción se ve matizada hacia una consideración ilustrada, de mayor naturalidad, sobriedad y de individualización del retratado.   Estos cambios de estilo y de gusto también son reflejo de un cambio social: poco a poco las corporaciones novohispanas van cediendo paso a la presencia del individuo, del ciudadano.
El retrato que nos ocupa en esta ocasión, da cuenta de este cambio paulatino. En 1802 el presbítero Francisco Peláez fue nombrado sacristán mayor de la Parroquia de Santa Catarina Mártir, un templo ubicado en la esquina que forman las actuales calles de República de Brasil y República de Nicaragua, en el centro de la Ciudad de México. Como sacristán mayor, Peláez  tenía a su cargo asistir en el servicio del altar, custodiar los ornamentos, vestiduras y libros sagrados, así como la vigilancia de todos lo relacionado a la sacristía.
Peláez aparece representado de medio cuerpo, en postura de tres cuartos y portando una sotana oscura que alude directamente a su investidura eclesiástica. En la parte superior se observa el escudo imperial de la casa de Borbón.  El prelado está rodeado de los atributos relacionados a su condición de piadoso hombre de letras, como lo evidencia el libro entreabierto que sostiene en su mano derecha. Al fondo se observa un estante con varios volúmenes encuadernados en piel de los Cánones del teólogo Carbo Sebastiano Berardi, y en primer plano, sobre una mesa,  una escribanía de plata. Ambos advierten de la vocación de estudio que ostenta el presbítero. 
Es interesante hacer notar que aún cuando el retrato de Francisco Peláez roza ya el cambio de siglo –si el nombramiento fue en 1802, lo más probable es que esta obra haya sido pintada en ese mismo año o un poco después-  los cánones del retrato novohispano que operaron durante todo el siglo XVIII se mantienen casi inalterados.  A excepción tal vez de dos detalles: primero, la mayor expresividad en el rostro del presbítero, contrastante con la rigidez de su entorno; y segundo, la representación de medio cuerpo, cuando en la costumbre barroca se preferían retratos de cuerpo entero.
Aún así, el amaneramiento de las formas y el hieratismo de la representación podrían interpretarse como una reticencia al cambio, no sólo frente al nuevo estilo, sino también a las políticas provenientes de la Corona Española. Si consideramos que el retrato novohispano individual es reflejo de una identidad de grupo, éste podría ser un intento por parte de la Iglesia Católica de mantener intactos los privilegios de su propia corporación frente a una sociedad que poco a poco se iba secularizando.  
Ignoramos si el presbítero Francisco Peláez simpatizó o no con las ideas insurgentes, sin embargo, sí podemos especular en que siendo un sujeto letrado, debió de haberse mantenido informado de los aconteceres de su época.  
Este retrato bicentenario puede apreciarse en la exposición permanente “El retrato: nobleza y poder”, en la Sala de Arte Virreinal del Museo Arocena de Torreón, Coahuila. 

IMAGEN
Presbítero Francisco Peláez, sacristán mayor de la Parroquia de  Santa Catarina Mártir
Anónimo novohispano, hacia 1802
Óleo sobre tela
101 x 75 cm.
Museo Arocena/ Fundación E. Arocena

sábado, 3 de julio de 2010

LA ESTATUA ASESINADA: ANTONIETA RIVAS MERCADO Y LOS CONTEMPORÁNEOS

En afortunadas ocasiones es posible para el curador conseguir la obra exacta, la pieza única, aquélla que creemos contiene y revela en sí misma el concepto de toda una exposición y sin la cual, ésta se quedaría trunca, incomprensible.

En cuanto a la muestra temporal “De puño y letra. Antonieta Rivas Mercado y su tiempo”, inaugurada el pasado 2 de julio en el Museo Arocena, la obra que muestra el concepto integral de la exposición se titula La pistola, un óleo sobre tela autoría de Agustín Lazo, y con el cual contamos gracias a la generosidad de la colección Andrés Blaisten.

En la década de los años veinte, el joven pintor Agustín Lazo formó parte junto con Salvador Novo, Julio Castellanos, Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia de “Los Contemporáneos”, un “grupo sin grupo”, un conjunto de “personas ociosas” cuyas obras “no le gustaban a nadie”, “que todo lo encontraban mal” y “cuyas producciones eran una cosa rarísima”, esto en palabras del mismísimo Salvador Novo.

Por su parte, el poeta Jorge Cuesta comentó sobre estos inusuales personajes que “es maravilloso cómo Pellicer decepciona a nuestro paisaje, cómo Ortiz de Montellano decepciona nuestro folclor, cómo Salvador Novo decepciona a nuestras costumbres y cómo Xavier Villaurrutia decepciona a nuestra literatura”.

Esta aura de rebeldía intelectual e incluso de trasgresión social, atrajo a Antonieta Rivas Mercado (1900–1931), una mujer recién llegada de Europa, millonaria, sumamente inteligente, sensible y algo excéntrica, quien de la mano de su mejor amigo y confidente, el también pintor Manuel Rodríguez Lozano, llegó a ser mecenas y partícipe de este singular grupo entre 1927 y 1928, aproximadamente.

Juntos, fueron pioneros y líderes incomprendidos de la vanguardia artística y la crítica literaria en México; adalides de un cosmopolitismo enfrentado al proyecto nacionalista impuesto por los grupos en el poder tras el triunfo de la Revolución Mexicana ahora institucionalizada.

Antonieta y Los Contemporáneos realizaron teatro de vanguardia (el Teatro Ulises), editaron varios libros, revistas y tradujeron obras francesas. Agustín Lazo también participó activamente pintando las escenografías, en tanto que Antonieta, además de ser empresaria teatral, actuó en las puestas en escena.

Ya entre 1928 y 1929, la incansable pero diletante Antonieta también se involucró en otras importantes empresas culturales y políticas del país, nada más y nada menos que en la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional y la campaña presidencial de José Vasconcelos, con quien se involucró sentimentalmente.

Poco después, a principios de 1931, Antonieta acabaría dramáticamente con su vida frente al altar mayor de la catedral de Notre Dame en París. Se había disparado en el pecho con la pistola que perteneciera a José Vasconcelos.

Xavier Villaurrutia nos explica un poco de las contradicciones que imperaban en el alma de esta mujer: “A Antonieta quisiera verla dejar de ser ella (o lo que ella cree ser) en alguna ocasión. Pero no podrá. Me arrepiento de escribir esto, pero no porque lo piense injusto sino porque a Antonieta prefiero quererla que juzgarla”.

De alguna manera, tanto Villaurrutia como Antonieta eran espíritus afines, sensibles a su entorno, que buscaron en el exilio escapar del tedio de vivir, llevando ese afán hasta sus últimas consecuencias.

Unos años antes al suicido de Antonieta (1928) Villaurrutia había dedicado a su compañero sentimental Agustín Lazo un bellísimo poema de corte surrealista titulado “Nocturno de la estatua”, cuyas líneas están pletóricas de referencias oníricas, noctámbulas y mortuorias:

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño»

En 1943, Agustín Lazo pintaba la elusiva y enigmática pintura La pistola. En ésta vemos algo que podría ser la “estatua asesinada” junto a la cual reposa indolente una pistola Derringer con cacha de concha nácar. El conjunto no deja de ser extraño, sobre todo porque la composición en un principio aparece como absolutamente convencional, pero los objetos en ella no guardan ninguna relación lógica con la realidad. En resumen, es una obra que plantea más preguntas que respuestas y que tiene lugar en un plano metafísico, donde el sueño y la muerte pudieran ser las “hermanas imprevistas” a las que hace alusión el poeta.

Al observar esta obra de Agustín Lazo, no pude dejar de pensar en el nocturno de Xavier Villaurrutia, y a su vez, en el suicidio de su amiga, Antonieta Rivas Mercado. Éstas fueron tres existencias identificadas con un mundo formado de ecos y espejos, tres grandes talentos que en un fugaz momento, increíble y extraordinario de 1927, compartieron lo que Andrés Henestrosa –otro amigo de Antonieta- llamaría: “un parpadeo del tiempo”.

La exposición “De puño y letra. Antonieta Rivas Mercado y su tiempo” se presenta en el Museo Arocena hasta el 3 de octubre.

IMAGEN:

Agustín Lazo (1896-1971)
La pistola, 1943
Óleo sobre tela
73 x 57.5 cm

Colección Andrés Blaisten / Centro Cultural Universitario Tlatelolco

http://www.museoblaisten.com/v2008/indexESP.asp