lunes, 30 de marzo de 2009

EL CASO GELMAN (SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)


Como comentaba en la anterior entrada, la colección mexicana de Jacques y Natasha Gelman parecía haber encontrado en Muros de Cuernavaca su morada definitiva después de haber deambulado varios años por los museos del mundo. En el texto “Una colección regresa a casa” que forma parte del libro editado con motivo de la llegada de este acervo a Morelos, Robert R. Littman escribe: a pesar de que durante los cuatro años de gira se logró con sorprendente éxito conservar el acervo en buen estado, era urgente encontrar una solución más duradera para su exhibición. Gerardo Estrada, entonces director de asuntos culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, quien conocía las restricciones establecidas por Natasha y sabía, además, que Cotsco de México y Comercial Mexicana estaban desarrollando un complejo comercial en Cuernavaca, planteó la posibilidad de que ambos convergieran. [1]
Muros a su vez también había surgido en medio de una controversia. La mega tienda de Costco-Comercial Mexicana se había construido contigua a ese predio a costa de la existencia del Casino de la Selva, un inmueble de valor histórico – artístico que fuera célebre por albergar en su interior obras murales de José Reyes Meza y José Renau.[2] Sin embargo, esto no fue impedimento para que se creara la Fundación Cultural Parque Morelos en el 2002 y que Muros se inaugurara en el 2004 bajo la gubernatura de Sergio Estrada Cajigal.[3]
Para ese entonces, Robert R. Littman, además de presidente y director de la Fundación Vergel, poseedora y administradora de la Colección Gelman, era también miembro de la Fundación Cultural Parque Morelos, organismo encargado de supervisar las instalaciones de Muros, y de la cual también formaba parte el grupo Costco-Comercial Mexicana. [4]
Pero a pesar de este promisorio panorama, pocos años después aparecerían algunos oscuros nubarrones en el horizonte. En el 2006, se dio el primer reclamo sobre la propiedad legal del acervo. En esa ocasión, sobre aquél que había sido legado al Museo Metropolitano de Nueva York. Mario Moreno Ivanova, hijo de “Cantinflas”, interpuso un recurso mediante el cual argumentaba que Jacques Gelman lo había nombrado heredero en caso de muerte de Natasha. También impugnaba que el apoderado legal, Littman, se había aprovechado del supuesto Alzheimer de la viuda para obligarla a entregar los derechos. El asunto no llegó a mayores porque el Tribunal Superior de Justicia del DF desestimó la causa dado lo extemporáneo de la demanda, por lo que el caso ya había prescrito. [5]
En el mismo 2006 aparece en Estados Unidos para impugnar el testamento Jerry Jung, un primo en quinto grado de Natasha Gelman. Aunque este reclamo tampoco prosperó debido a la lejanía del parentesco, del asunto se destaca que la querella fue presentada por los abogados mexicanos Enrique Fuentes de León y Enrique Fuentes Olvera. La honestidad del despacho que encabezan ya había sido fuertemente cuestionada con anterioridad, entre otros asuntos debido a su relación con el secuestro y posterior desaparición sin resolver de Nellie Campobello.
Volviendo al testamento de Natasha Gelman, éste sí incluía una clausula en la cual se heredaban diez mil dólares a un familiar suyo: su medio hermano Mario Sebastián Krawak. Esta cantidad no pudo ser entregada con oportunidad debido a que Littman no localizó al personaje en cuestión.
Sin embargo, y gracias al estratégico apoyo de la guía telefónica, los abogados Fuentes de León y Fuentes Olvera sí pudieron encontrar al Sr. Krawak, quien en ese momento se encontraba en una difícil situación económica y con una salud muy deteriorada. En el artículo de la revista Nexos, [6] se afirma que los abogados pagaron veinte mil dólares al enfermo a cambio de que éste les firmara la cesión de derechos de la herencia que le correspondía. Al día siguiente, en febrero del 2008, fallecía Mario Sebastián Krawak.
Dicha cesión de derechos fue la llave que abrió par en par la puerta para que estos abogados entraran en abierta disputa por la herencia de la colección. Acto seguido, Fuentes León presentó elementos para un juicio sucesorio solicitando la remoción de Robert R. Littman como albacea y la nulidad de todo lo acordado bajo su nombre. Increíblemente también pidió el reconocimiento de su hijo, Enrique Fuentes Olvera, como nuevo albacea y heredero universal.
Esta cascada de desafortunados acontecimientos obligó a Robert R. Littman a dar por terminada su participación en la Fundación Cultural Parque Morelos. A los pocos meses, en mayo del mismo año, Muros de Cuernavaca cerraba la exhibición de la Colección de Jacques y Natasha Gelman. El albacea tomó la no menos controvertida decisión de ocultar las piezas hasta que el litigio concluyera y abandonó el país para avecindarse en Nueva York de manera indefinida. Supongo que fue en el transcurso de esos meses que se concretaron las negociaciones para traer a Cuernavaca El Papalote, Museo del Niño, el cual abrió sus puertas al público en diciembre del año pasado.
Paralelamente a este movimiento, la jueza Cecilia Santos Herrera, inexplicablemente dio la razón al despacho de los Fuentes y revocó los derechos de Littman sobre el legado. Ante esta decisión, los abogados de la causa Gelman, el despacho García Alcocer, argumentaron ilegalidad y arbitrariedad; por lo que presentaron un recurso al Consejo de la Judicatura para la remoción de la juez, acción que les fue concedida el pasado 8 de enero. El caso será ahora retomado por un nuevo juez a quien le tocará decidir en manos de quien queda el acervo. [7]
El acoso del que ha sido objeto la Colección de Jaques y Natasha Gelman en los últimos meses, y en especial, en el cuestionamiento sobre la capacidad y legitimidad del albacea designado por los coleccionistas, es a todas luces un acto desmedido e indignante. Sin embargo también creo que bien podría haber sido evitado con oportunidad.
Por lo que hemos visto pareciera ser que Jacques y Natasha Gelman dejaron demasiados cabos sueltos en cuanto a su legado se refiere. Desde la reticencia de Natasha Gelman y Robert R. Littman hacia las instituciones públicas de México como su exceso de confianza en el dictado de un testamento como documento único destinado a la gestión de sus cuantiosos bienes.
Lo más interesante del caso Gelman hasta el momento es la serie de preguntas que ha levantado: ¿Las colecciones privadas son origen para el mejor provecho económico? ¿O pueden llegar a ser una fuente de disfrute y conocimiento? ¿Qué ocurrió verdaderamente en la negociación entre el Museo Metropolitano y el albacea con respecto a la sección “europea” de la Colección Gelman? ¿Era ese su mejor destino, en Estados Unidos, cuando la colección la habían reunido unos empresarios que claramente habían hecho su fortuna en México? ¿Tal vez en el país vecino la cultura sobre coleccionismo está más avanzada que en México? ¿Será ese acaso el destino final de la otra mitad de la herencia? ¿Ser vendida al mejor postor? ¿Qué va a pasar con las obras protegidas por declaratoria como las de Kahlo, Rivera y Orozco?
En fin, que resulta evidente que el patrimonio cultural necesita de agentes administradores y gestores que contribuyan verdaderamente a su mejor preservación, estudio y difusión. Para esta finalidad existen en nuestro país distintos esquemas que se han puesto en práctica desde el ámbito público, privado y mixto. Ninguna de las anteriores es perfecta en sí misma, pero lo que si debe entenderse es que son modelos ordenadores que tienen como referente un marco de legal.
En dado caso que la colección cambiara de manos, ¿cuál podría ser su destino final? ¿La subasta en el extranjero? ¿La exhibición privada? De cualquier manera me parece sumamente improbable que en el futuro cercano podamos volver a ver alguna de estas obras en un museo exhibidas al público común y corriente. También creo sinceramente que ningún museo o espacio cultural en México o en el extranjero llegue a aceptar en compra, donación, préstamo, legado o intercambio, ninguna de estas obras que están perfectamente documentadas como de la Colección Gelman y que habrían sido objeto de expolio.
Para terminar, vale la pena mencionar que el código de deontología del ICOM (Consejo Internacional de Museos) es muy claro a este respecto. Para que una obra forme parte de una colección museística resulta indispensable contar con un título válido de propiedad de la misma, lo que se entiende por el derecho indiscutible sobre un objeto, respaldado por sus antecedentes documentales completos desde el momento en que fue creado. Este es uno de los principales argumentos que debemos hacer valer en nuestras instituciones cuando elaboramos una política de adquisición o cesión de colecciones. Entonces, ¿quién es el verdadero dueño del patrimonio que legaron Jaqcues y Natasha Gelman?

DIEGO RIVERA (1886 – 1957)
Paisaje con cactus, 1931
Óleo sobre tela
125.5. X 150 cm.
Colección de Jacques y Natasha Gelman


[1] ROBERT R. LIPPMAN. Ibid. p. IX
[2] Casualmente en esta misma semana se ha comentado que posiblemente la Comercial Mexicana deba vender su participación en Costco para saldar parte de los problemas económicos que enfrenta.
[3] La Jornada. 26 de mayo de 2004 http://www.jornada.unam.mx/2004/05/26/03an2cul.php?origen=cultura.php&fly=1
[4] ROBERT R. LIPPMAN. Ibid. P. IX
[5] ARELI QUINTERO. “El botín de los Gelman” en la revista Nexos en línea. Número 375. Marzo de 2009. http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&article=237
[6] ARELI QUINTERO, Ibid.
[7] ARELI QUINTERO, Ibid.

jueves, 19 de marzo de 2009

EL CASO GELMAN (PRIMERA PARTE)


Desde finales del año pasado hemos visto como la controversia sobre la legítima propiedad del acervo de la Colección de Jacques y Natasha Gelman se sigue complicando más y más. Esta colección, inigualable en calidad artística y altísimo valor económico, conformada por magníficos ejemplos del arte mexicano e internacional, indispensable para entender el devenir de la historia del arte en el siglo XX; está a punto de esfumarse en el retorcido laberinto de la polémica.
Como consecuencia del litigio legal que enfrenta, una parte del acervo tuvo que ser retirada de lo que parecía ser su sede definitiva: el Museo Muros de Cuernavaca, recinto que la había albergado desde el año 2004. En la actualidad esas obras permanecen resguardadas en un sitio alejado del ojo público, además que todos los compromisos de itinerancia anteriormente adquiridos fueron suspendidos de manera indefinida. Aún así hay otra parte de la Colección Gelman que continúa localizable, esto gracias a que se encuentra exhibida en el Museo Metropolitano de Nueva York.
El conflicto parece tener su origen en la sucesión testamentaria a partir del fallecimiento de Natasha Gelman, acontecido en 1998. Sin embargo, revisando los antecedentes del caso, la situación se revela mucho más compleja.
Pero primero es necesario hacer un poco de historia. Natasha Zahlaka Krawak (1911 – 1998) era una emigrante judía, originaria de la República Checa. En uno de sus viajes a México en 1938, conoció a Jacques Gelman (1909 -1986), un distribuidor y luego productor de películas. En 1941 Jacques Gelman se asoció con Santiago Reachi para producir lo que sería el primer largometraje protagonizado por Mario Moreno “Cantinflas”, de título Ni sangre ni arena, dirigida por Alejandro Galindo. El éxito en taquilla fue arrollador, por lo que Reachi, Gelman y “Cantinflas” fundaron la compañía Posa Films (Publicidad Organizada S.A.). Las enormes ganancias provenientes de esta provechosa sociedad le permitieron entonces a los Gelman iniciar una colección de arte que poco a poco se vio acrecentada tanto por la obra europea que adquirían en sus viajes a Nueva York, como por los encargos realizados a los artistas mexicanos más importantes de su momento. [1]
Entre estos encargos se encuentran varios retratos de Natasha, destacándose aquellos realizados nada más y nada menos que por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Ángel Zárraga y Rufino Tamayo. Posiblemente el primero que ingresó a la Colección Gelman fue aquél que pintara Frida Kahlo en 1943, y el cual se ilustra aquí.
Al momento de la muerte de Jacques Gelman en 1986, el acervo ya tenía personalidad propia. Primero, se destacaban las noventa y cinco obras de autores como Frida Kahlo, Rivera, Siqueiros y Tamayo; a los que se agregaron nombres como el de Manuel Álvarez Bravo, Leonora Carrington, Francisco Toledo, Gunther Gerzo, María Izquierdo, Carlos Mérida y José Clemente Orozco, por sólo mencionar algunos. En cuanto a la obra extranjera vale la pena enfatizar que los Gelman se inclinaron a adquirir piezas relacionadas con la escuela de París y el entorno del surrealismo y el cubismo. Con su enorme fortuna compraron obras de Pablo Picassso, Giorgio de Chirico, Juan Gris, Salvador Dalí, Fernand Léger, Henri Matisse, Pierre-Auguste Renoir, Georges Braque, Balthus y Joan Miró, algunos de entre un largo e impresionante etcétera.[2]
Las notas periodísticas relacionadas al caso coinciden en que fue en 1993 cuando Natasha Gelman firmó un testamento en el cual estipulaba que la colección mexicana pasaría a manos de su amigo -y desde ese momento albacea- Robert R. Littman, entonces director del ahora desaparecido Centro Cultural Arte Contemporáneo. En cuanto a las obras europeas, la señora Gelman decidió en 1997 que el total sería donado al Museo Metropolitano de Nueva York bajo la condición de que fuera exhibido en una galería ex profeso y con el crédito correspondiente, además que era primordial que el conjunto nunca fuera disgregado para formar parte de otros discursos curatoriales.
Después de 1998, y ya bajo la custodia de Robert R. Littman como albacea y de Magda Akle como curadora, la colección siguió creciendo, por lo que actualmente sobrepasa las trescientas obras.[3] Entre las nuevas adquisiciones –solventadas con los fondos generados por el préstamo de las obras- se encuentran autores contemporáneos como Marco Arce, Betsabé Romero, Francis Alÿs, Jan Hendrix, Graciela Iturbide, Gabriel Orozco, Gerardo Suter, Paula Santiago y Miguel Calderón.
El fallecimiento de Natasha Gelman y el inicio de esta nueva etapa coincidieron con la desaparición del Centro Cultural Arte Contemporáneo, un recinto que fuera el primero en mostrar el acervo y que posteriormente resguardaría en sus depósitos la colección hasta su inevitable cierre en octubre de 1998.
A partir de ese año llegaron tentadoras propuestas a la Colección Gelman. Gerardo Estrada, entonces director del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), manifestó su agrado al periódico La Jornada en febrero de 1998 sobre la posibilidad de albergar la colección de pintura mexicana de Jacques y Natasha Gelman en el Museo Nacional de Arte (MUNAL), un recinto que se encontraba enfrascado en el ambicioso proyecto de restructuración MUNAL 2000. En esta misma nota se menciona que Littman comentó no tener ninguna prisa para tomar una decisión en cuanto al nuevo hogar para la colección Gelman. Acerca de un posible trato con el MUNAL, Littman comentó que no le gustaría que la colección acabara ``nacionalizada'', que ``entre a un museo nacional y ya no salga''. Y prosiguió: “quien quiera tener la Gelman tendrá que respetar tres condiciones básicas: que se quede en México, que la obra se mantenga junta y que se conserve el nombre original”.[4] Como hoy sabemos, el trato con el MUNAL no acabó por concretarse, ya fuera por los intereses de una u otra parte; aunque lo que sí quedó bastante claro en 1998 fue la desconfianza con la que Littman se expresaba de las instituciones públicas del país.
En los cuatro años subsecuentes, la Colección Gelman se embarcó en una exitosa gira por varios museos del mundo. Dadas las características del acervo, formado en gran parte por autores protegidos mediante declaratoria de patrimonio histórico artístico como lo son Kahlo, Siqueiros y Rivera, hubiera sido prácticamente imposible emprender este recorrido sin contar con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), ambos encargados de extender los permisos correspondientes para la exportación temporal de este tipo de obras. De alguna manera u otra, la Colección Gelman contaba con lo mejor de dos mundos: el apoyo de los organismos estatales y el reconocimiento internacional que merecía.
Mientras tanto, en México se seguían barajando las opciones para encontrar un destino final a la codiciada Colección Gelman. Tal vez sorpresivamente, la balanza se inclinó hacia el nuevo Museo Muros de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Un recinto que, por puro mérito propio, había surgido en medio de la controversia y el cuestionamiento público. Pero quiero dejar esta parte de la historia para la siguiente entrada sobre el caso de la Colección Gelman, donde ahora sí, espero que entremos de lleno en el tema del litigio legal que actualmente enfrenta este acervo.

FRIDA KAHLO (1907 – 1954)
Retrato de Natasha Gelman, 1943
Óleo sobre masonite
30 x 23 cm.
Colección de arte mexicano, moderno y contemporáneo de Jacques y Natasha Gelman



[1] JUAN RAFAEL CORONEL RIVERA. “Retrato de Natasha Gelman” en Frida Kahlo. Homenaje Nacional 1907 – 2007. Catálogo de la exposición. INBA. México, 2007. p. 236
[2] http://www.metmuseum.org/press_room/full_release.asp?prid=%7b95D999EC-59F8-11D5-93F9-00902786BF44%7d
[3] ROBERT R. LIPPMAN. “Introducción: una colección regresa a casa” en La Colección Gelman: selecciones. La colección de arte mexicano moderno y contemporáneo de Jacques y Natasha Gelman. Museo Muros / Fundación Vergel. México, 2004. P. IX
[4] La Jornada. 29 de octubre de 1998. http://www.jornada.unam.mx/1998/10/29/cul-gelman.html

martes, 10 de marzo de 2009

GAMBOA Y EL PATRIMONIO AMENAZADO

Esta semana me encontré en la revista Proceso un artículo muy entretenido sobre Fernando Gamboa con motivo del centenario de su nacimiento celebrado el pasado día 28 de febrero y por el cual me entero que se develó un busto en su honor en las inmediaciones del bosque de Chapultepec. No estoy segura que esto sea suficiente homenaje para un embajador cultural de excepción y audaz promotor del arte, comprometido con su labor aún en los tiempos y las situaciones más difíciles como las que se relatan en el texto de “Gamboa: una, dos, tres veces heroico” [1] .
El artículo empieza en 1936 cuando don Fernando se encontraba promoviendo por Valencia, Madrid y Barcelona una exposición itinerante titulada Un siglo de grabado político mexicano. La muestra colectiva estaba conformada nada más y nada menos que por obra de José Guadalupe Posada, Leopoldo Méndez y Alfredo Zalce, entre otros grabadores mexicanos. A su regreso a México montó la exposición España en llamas en apoyo al gobierno republicano. Pero su actuar no se detuvo ahí. Dos años después y ya con el pasaporte diplomático que le otorgara el presidente Lázaro Cárdenas, volvió a Europa para interceder en el exilio de los españoles pertenecientes al derrotado bando republicano. Junto con el entonces embajador en Francia Narciso Bassols, ayudó a cruzar la frontera francesa a millares de personas, para luego trasladarlos a su destino final en México. En este caso la actuación del museógrafo mexicano fue de gran trascendencia política y enorme mérito diplomático.
Diez años después, las aventuras de Gamboa continuaban. Entonces acompañaba al secretario de Relaciones Exteriores, Jaime Torres Bodet, y al director de Asuntos Políticos de la Cancillería, José Gorostiza, en un viaje a Bogotá con motivo de la IX Conferencia Panamericana. En esa misión se transportaron 35 cuadros, entre ellos obras de José María Velasco, Diego Rivera, Orozco y Rufino Tamayo para la Gran exposición interamericana de pintura que se llevaría a cabo en el Palacio de las Comunicaciones de la capital colombiana. El país sudamericano se encontraba en época electoral por lo que había un tenso ambiente político. Lamentablemente el carismático líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, fue asesinado en plena calle por miembros de la facción contraria. Este acontecimiento desató lo que ha dado en llamarse el “Bogotazo”: la gente de la ciudad se armó con lo que pudo, saqueando e incendiando los edificios a su paso, entre los que se encontraba el Palacio de las Comunicaciones, lugar donde ya se encontraban en depósito las cajas con las obras. Fernando Gamboa al enterarse de la revuelta inmediatamente se dirige a la embajada mexicana: ahí tomó una bandera y se fue al Palacio de Comunicaciones agitándola y gritando “¡Viva México, viva Colombia!”. De esta sorprendente manera se abrió paso entre la muchedumbre indignada y logró ingresar al reciento que ya se encontraba en llamas. Casi milagrosamente logró sacar las obras, llevándolas fuera del país hasta tres días después. Esta no sería la última vez que Gamboa excediera sus funciones de museógrafo o conservador de colecciones al actuar de manera más que temeraria ante un conflicto armado.
El tercer momento crítico que se narra en este artículo ocurrió en septiembre de 1973 en Santiago de Chile. Fernando Gamboa se encontraba montando en el Museo de Bellas Artes de Santiago una exposición sobre Rivera, Orozco y Siqueiros con la colección de Álvaro Carrillo Gil. La apertura, programada para el día 18, no pudo llevarse a cabo debido a que una semana antes el ejército al mando del general Augusto Pinochet daba el golpe de estado. Gamboa se encontraba entonces en un hotel muy cercano a la Moneda, por lo que fue testigo presencial del avance de las fuerzas rebeldes. Tras penosos trámites diplomáticos – ya que México era visto con gran recelo por la junta militar – Gamboa logró abordar el día 27 un avión que lo llevaría a México a él, a la comitiva que lo acompañaba y a los 90 cuadros de la colección Carrillo Gil. Increíblemente en medio de las hostilidades, las obras no habían sufrido ningún daño, aunque sí hay reportes de que estuvieron cerca de sufrir impactos por arma de fuego. Una vez más, gracias al aplomo y la ética profesional de Fernando Gamboa el patrimonio mexicano volvía sano y salvo a su país de origen.
El periplo de Gamboa en defensa del arte nacional frente a los vaivenes políticos en el extranjero es un ejemplo in extremis de los riesgos a los que podría verse expuesto el patrimonio cultural. Viene al caso mencionar sobre este tema que en respuesta a la devastación provocada por la II Guerra Mundial, la UNESCO convocó en 1954 a la Convención de la Haya, de donde se desprendió un protocolo destinado a la protección del patrimonio cultural en caso de conflicto armado. Este texto ha sido ratificado por México y otros países, además que cuenta con un segundo protocolo de actualización realizado en 1999.
Sin embargo, aún quedan muchos otros peligros a los que constantemente se enfrentan las colecciones mexicanas, peligros que aunque no son equiparables con los daños colaterales de un golpe de estado o de una guerra civil, también producen bajas muy sensibles. Por un lado tenemos las amenazas de la inacción, representadas por la negligencia, el vandalismo y el abandono; como contraparte, encontramos las alteraciones derivadas de la atención desmedida, representadas por los gobiernos rapaces, las políticas oportunistas, los proyectos faraónicos y la mercantilización irresponsable.
Para terminar la entrada de hoy, me quedo con la esperanza de que recordar las heroicas acciones de Gamboa nos sirva como inspiración para mostrar un mayor compromiso hacia nuestro trabajo, un compromiso que nos impulse si no a enfrentar muchedumbres enardecidas en las calles bogotanas, si nos lleve a no ser parte de los peligros que amenazan todos los días al patrimonio cultural.

Antigüedades mexicanas que existen en el Museo nacional de México 1857 [2]
Litografía
Lámina XXX del libro “México y sus alrededores. Colección de monumentos, trajes y paisajes”
Casimiro Castro, et.al.
Establecimiento Litográfico de Decaen
Biblioteca Nacional de México
Facsímil digital disponible en http://www.cervantesvirtual.com/


[1] RAFAEL VARGAS. Gamboa: una, dos, tres veces heroico. Revista Proceso, No. 1687. 1 de marzo de 2009. p. 61
[2] http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01472848655794917754480/ima0069.htm

lunes, 2 de marzo de 2009

ARTE NO TÓXICO: EL MEDIO ES EL MENSAJE

Cuando estudiaba el octavo semestre de la licenciatura en restauración tuve mi primer contacto con las técnicas de grabado y de estampación. Entonces tomaba clases con un profesor de disposición pedagógica bastante intensa, quien estaba absolutamente empeñado en lograr que sus alumnos alcanzáramos un grado de expertise completamente impropio después de asistir a una escasa clase por semana. Sin embargo, en ese poco tiempo aprendimos la diferencia entre la talla dulce, la litografía, el aguafuerte, la mezzotinta, la serigrafía, el rotograbado y muchas cosas más; gracias primordialmente a que experimentamos en carne propia (sin eufemismos) varias de esas técnicas. Para pasar el curso era indispensable grabar y estampar con la esperada suficiencia linóleo, piedras litográficas, planchas al cobre y al zinc, con punta seca, manera negra y aguafuerte. Todavía recuerdo el amasijo de sustancias corrosivas y las tintas apestosas relacionadas a todos estos procesos. Grabar y estampar era un trabajo que además de requerir de gran paciencia y precisión, requería de un espíritu temerario que no hiciera asco a tanto vapor desagradable, polvo irritante y líquido tóxico. Bussiness as usual, dirán los colegas restauradores.
Queda claro que varios de estos procesos y las substancias que necesariamente los acompañaban no eran precisamente benignos ni para la salud ni para la ecología. Confieso que por el exceso de confianza, en ocasiones tendíamos a manejar en el taller algunos reactivos químicos sin contar con la protección adecuada, y a posteriormente desecharlos irresponsablemente a través de la mágica alcantarilla. Un asunto de catastróficas consecuencias para el medio ambiente cuando hablamos de técnicas tan agresivas como el grabado al aguafuerte, el cual se realiza horadando la plancha metálica con una letal mezcla de ácido nítrico y ácido clorhídrico (la famosa agua regia que disuelve el oro).
Por esta y varias razones me entusiasma muchísimo que en el Parque Fundidora de Monterrey esté a punto de inaugurarse el próximo 11 de marzo Notóxico, un encuentro internacional de grabado que no daña la salud ni el medio ambiente. De acuerdo a su página web[1] el evento va a constar de tres partes: una exposición de trabajos recibidos a través de selección por concurso, una serie de talleres impartidos por creadores y expertos en la materia; y un congreso con la presencia de especialistas provenientes de varios países. Todo esto bajo la premisa de difundir y buscar alternativas creativas que sean lo más inofensivas posibles para el artista y para el planeta, un ámbito que nos incluye a todos seamos o no creadores.
Creo que este encuentro tiene muchos rasgos que lo hacen relevante. Primero, admiro la vocación de los organizadores por ponerse en sintonía con la conciencia ecológica actual aportando un evento donde pueden compartirse experiencias, opiniones y sobre todo, arte realizado a través de medios materiales inocuos. En un segundo plano, me causa muchísima curiosidad conocer estos medios llamados ecológicos, juzgar si realmente son tan novedosos como prometen y observar de primera mano los resultados expresivos que puedan obtenerse a través de ellos.
Volviendo un poco al pasado, a mí me queda muy claro que cuando realizábamos prácticas de grabado y estampación no era la intención de nuestros profesores el intoxicarnos poco a poco o el acabar gota a gota con el planeta (aunque me queda claro que contribuyeron bastante con ambas cosas). Me parece que el objetivo central era otorgarnos la experiencia y la práctica necesarias para poder enfrentar a la estampa antigua y diferenciar las técnicas y procesos de la misma a través de las huellas distintivas que se imprimen en el papel por el trazo de la gubia, del buril, del ácido o del lápiz litográfico. Un conocimiento que me parece absolutamente indispensable para la correcta catalogación y datación de la obra gráfica.
Como reflexión final a este tema creo que el cuidado del medio ambiente relacionado a la noción de arte “no tóxico” es un síntoma más de nuestros tiempos de por sí tan sensibles y complicados, donde la corrección política ha alcanzado no solamente los contenidos temáticos de la obra sino también su técnica y materiales. En un complaciente giro retórico, el medio material con el que se realiza la obra combinado con la idea de conservar el medio ambiente se ha vuelto parte integral del mensaje que puede y quiere transmitirnos el arte contemporáneo.
Gracias a mi buen amigo Xavier Moyssén por la información acerca de Notóxico.

KUNISADA UTAGAWA (1786 – 1864)
Escena imaginaria de mujeres realizando estampas
Estampa en Nishike – e
©Museo Británico, Londres
Fuente : Agence photo de la réunion des musées nationaux RMN

[1] http://www.artesvisualesnuevoleon.org/notoxico/index.html